domingo, 6 de noviembre de 2011

CON LA MUERTE EN LA CHISTERA



Cada día me acercaba al parque, era como un ritual, y allí estaba.
Llevaba varias horas sentado en aquel banco con la mirada perdida, ausente. Lo que más me llamaba la atención era su manera de vestir, su chistera. Y algo muy curioso, nadie le prestaba atención, pasaba por entre los paseantes sin provocar ninguna mirada.
Había anochecido y la gente que allí se encontraba ya se había marchado.
El aire y las bajas temperaturas le hicieron reaccionar; se dio cuenta entonces que se encontraba solo, completamente solo, una soledad muy diferente a la que estamos imaginando.
Sus brazos intentaron abrigar aquel cuerpo menudo y arrecío de frío, su mirada seguía algo ausente, se levantó y comenzó a caminar en dirección al lago, seguramente fuera donde años atrás disfrutara de momentos inolvidables. Se sentó a la orilla junto a unas barcas viejas y olvidadas por alguien que ya no necesitaba de sus servicios, donde su madera ya podrida por la humedad y el paso del tiempo había borrado un nombre que en tiempos pasados luciera con orgullo.
Una luna llena miraba desde lo alto, intentando hacer llegar a ese hombre que cada noche se sentaba en ese mismo lugar, una señal, un mensaje que entendiera que no servía de nada, que todo había acabado.
Pero era inútil, ninguno de los dos podía hacer nada por mucho que lo intentaran.
Pasaban las horas, el hombre menudo seguía allí sin intención de nada. Pero aquella noche algo cambió, tal vez los rayos plateados de la luna le llegaran a intimidar y totalmente ausente, se levantó y comenzó a andar.
Sus andares eran lentos pausados pero muy seguros hacia donde se dirigían.
Atravesó el parque, y siguió adelante. Sus manos eran blancas, su tez demacrada, aunque nunca pude llegar a ver sus rasgos. Siguió adelante hastas llegar a un lugar retirado del bosque, un rincón donde los cipreses y álamos rugían con fuerza agitando sus brazos como si fuera el mismísimo diablo.
El hombrecillo se paró frente a una gran puerta de hierro; nunca entendí como siempre se encontraba abierta a tan altas horas de la madrugada.
Siguió caminando hasta que frente a él apareció alguien. A pesar de la oscuridad de la noche, se podía ver claramente como esa presencia le hablaba y se dirigía a él.

                        - Debes descansar, no puedes negarte a ello, sabes que es así y por mucho que te rebeles, el destino es más sabio y más fuerte que tu.

Después de pronunciar esas palabras que sonaron como si hubieran salido de ultratumba, el hombrecillo se acercó a una de las lápidas y lo que menos me hubiera imaginado fue lo que vieron mis ojos.
Se sentó con aire cansado, agotado, vencido por el frío y las horas de espera en aquel parque.
Acto seguido se tumbó, y ese cuerpo menudo dejó de serlo para convertirse en un puñado de huesos, y más tarde desaparecer delante de mis propios ojos.

Ahora la curiosidad me aterra solo de pensarlo.
Paseo cada día por el parque, nunca más he vuelto a verle.
Anoche me acerqué al cementerio, no podía seguir con esa incógnita de saber qué ocurría.
Me adentré en aquel lugar y busqué aquella lápida. Fue fácil, ya que se encontraba en un rincón a la derecha. Eso sí se me quedó grabado aquella noche, porque esa zona precisamente era la más antigua del cementerio, personas que habían fallecido hacía más de 80 años. Posiblemente fueran mis ojos los que aquella noche me jugaron una mala pasada, pensé. Convencido de ello me presenté frente a esa tumba, estaba llena de ramajes, sucia y gastada. Con mis manos intenté limpiar aquella piedra mugrosa, y poder leer lo que allí decía.

<<Aqui descansa el ilustre: D. Ángel Góngora Windsor
Fallecido en el hundimiento del Titanic, el 14 de Abril de 1912>>

No podía ser, ¡¡Noo!! Ahora empezaba a comprender, rebelándome contra mi propia muerte.
Me senté en aquél lugar, mi mente se encontraba totalmente perdida, había pasado un siglo desde que abandonara este mundo, y desde entonces seguía vagando por él.

De repente aparecieron unas sombras que acercándose a mi sigilosamente y utilizando una fuerza extraña, provocaron que mi cuerpo como un imán fuera uniéndose a ellas para convertirme en ese alma en pena que cada día veía con mis propios ojos.
Ahora vago con la esperanza de encontrar la manera de poner fin a esta penosa y dura agonía.

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